Queridas Damas y Caballeros, en el mes de noviembre, en la vela ante Nuestra Señora del Pilar, seguimos meditando la primera Encíclica del Papa Francisco, Lumen Fidei.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Bendita y alabada sea la hora en que María Santísima vino en carne mortal a Zaragoza, por siempre sea bendita y alabada. Gracias, Señora del Pilar, por haber venido a Zaragoza, y dejarnos TU PILAR, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor. Señora del Pilar, te pedimos por el Papa Francisco y por la santidad de la Iglesia. Que reine la paz en Ucrania y en el mundo; danos trabajo digno para todos y abundancia de vocaciones sacerdotales, religiosas y de entrega a Dios en medio del mundo.
Tristemente -dice el Santo Padre- “el hombre ha renunciado a la búsqueda de una luz grande, de una verdad grande”. Se ha contentado “con pequeñas luces que alumbran el instante fugaz”. “Cuando falta la luz, todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas, sin una dirección fija”.
Urge “recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo”.
La fe ilumina “toda la existencia del hombre”. Esa luz tan potente “no puede provenir de nosotros mismos, tiene que venir de Dios”. “La fe nace del encuentro con el Dios vivo”. Dios “nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede”. Transformados por el amor de Dios, “recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro”.
La fe es un don sobrenatural, “que recibimos de Dios”. Es “luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el tiempo”. Es “la memoria de la vida de Jesús”. Como Jesús ha resucitado, la fe “nos desvela vastos horizontes, y nos lleva más allá de nuestro “yo” aislado, hacia la más amplia comunión”. La fe “no habita en la oscuridad”, “es luz en nuestras tinieblas”.
Dante, en la Divina Comedia, después de haber confesado su fe ante san Pedro, describe la fe “como una “chispa”, que se convierte en una llama cada vez más ardiente, y centellea en mí, cual estrella en el cielo”.
El Papa desea hablar “de esta luz de la fe para que crezca e ilumine el presente, y llegue a convertirse en estrella que muestre el horizonte de nuestro camino en un tiempo en el que el hombre tiene especialmente necesidad de luz”.
El Señor, antes de su pasión, dijo a Pedro: “He pedido por ti, para que tu fe no se apague” (Lc 22,32). Luego le pidió que confirmase a sus hermanos en la fe. Sigamos pidiendo por el Santo Padre para que nos confirme en la fe.
Damos gracias a Dios por la gran alegría de creer, y pedimos al Espíritu Santo el don de lenguas para confesarla y transmitirla “en su unidad e integridad, fieles a la memoria del Señor, sostenidos por su presencia y por la acción del Espíritu Santo”.
La fe que hace grande y plena la vida, “centrada en Cristo y en la fuerza de su gracia, animaba la misión de los primeros cristianos”.
Narra el Papa Francisco el diálogo entre el prefecto romano Rústico y el cristiano Hieras: “¿Dónde están tus padres?”, pregunta el juez al mártir. Y éste responde: “Nuestro verdadero padre es Cristo, y nuestra madre, la fe en él”.
Y comenta “para aquellos cristianos, la fe, en cuanto encuentro con el Dios vivo manifestado en Cristo, era una “madre”, porque los daba a luz, engendraba en ellos la vida divina, una nueva experiencia, una visión luminosa de la existencia por la que estaban dispuestos a dar testimonio público hasta el final”.
Afirma San Pablo VI: “Si el Concilio Vaticano II no trata expresamente de la fe, habla de ella en cada una de sus páginas, reconoce su carácter vital y sobrenatural, la supone íntegra y fuerte, y construye sobre ella sus doctrinas”.
Queridas Damas y Caballeros, pedimos al Espíritu Santo que nos dé la fe inconmovible y recia que tuvieron los primeros cristianos.
Vuestro Director Espiritual: Pedro José
Last modified: 25/10/2022