Caballeros del Pilar

MEDITACIÓN ENERO 2022

28/12/2021

Queridas Damas  y Caballeros, en el mes de enero de 2022, seguimos meditando sobre  “Iglesia en salida: Sal de la tierra”.  Os deseo un Feliz y Santo 2022.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Bendita  y alabada sea la hora en que María Santísima vino en carne mortal a Zaragoza, por siempre sea bendita y alabada. Gracias, Señora del Pilar, por haber venido a Zaragoza, y dejarnos TU PILAR, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor. Señora del Pilar, acorta este tiempo de prueba; danos trabajo digno para todos y abundancia de vocaciones sacerdotales.  Seguimos en proceso sinodal. Esto significa caminar juntos en la misma dirección. Papa Francisco nos anima a mirar a Jesús, “que en primer lugar encontró en el camino al hombre rico, después escuchó sus preguntas y finalmente lo ayudó a discernir qué tenía que hacer para heredar la vida eterna. Encontrar, escuchar, discernir”. Tres verbos del Sínodo que debemos conjugar.

Afirma San Juan Pablo II: “Así como la sal da sabor a la comida y la luz ilumina las tinieblas, así también la santidad da pleno sentido a la vida, haciéndola un reflejo de la gloria de Dios”. Así como la sal no produce resultado sino destruyéndose, no podemos curar las llagas y heridas de la humanidad sino por la abnegación, el sacrificio, el propio martirio, la propia inmolación.

Las imágenes de la sal y de la luz reflejan la condición de quien vive las bienaventuranzas, es decir, del discípulo de Jesús, y señalan la importancia de las buenas obras. Cada uno ha de luchar por la santificación personal, y también por la santificación de los demás. El Señor manifiesta que sus discípulos son la sal de la tierra, es decir, los que dan sabor divino a todo lo humano, y los que preservan al mundo de la corrupción, manteniendo viva la Alianza con Dios. “Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo” (Epístola a  Diogneto 6,1).

Si los discípulos pierden su identidad cristiana, se quedan en nada. Es lo que ocurre con los restos de la sal. También los cristianos nos convertimos en un sinsentido, si nuestro seguimiento de Cristo no se traduce en obras concretas. Los discípulos de Cristo estamos invitados a ser sal en todos los ambientes donde se desarrolla nuestra vida, purificándolos y haciéndolos agradables.

En más de una ocasión habrás meditado aquel pensamiento: “Tú eres sal, alma de apóstol.  –la sal es buena, pero si la sal se desvirtúa…, nada vale, ni para la tierra, ni para el estiércol; se arroja fuera como inútil. Tú eres sal, alma de apóstol. –Pero, si te desvirtúas…” (Camino, n. 921). Una sal, si se vuelve sosa, no sirve para nada. Debemos estar llenos de Dios para ser capaces de sazonar la vida de los demás.

Para ser  sal y luz del mundo,  necesitamos “vida interior y formación doctrinal. ¡Exígete! -Tú -caballero cristiano, mujer cristiana- has de ser sal de la tierra y luz del mundo, porque estás obligado a dar ejemplo con una santa desvergüenza (Forja, n. 450):

Te ha de urgir la caridad de Cristo y, al sentirte y saberte otro Cristo desde el momento en que le has dicho que le sigues, no te separarás de tus iguales -tus parientes, tus amigos, tus colegas-, lo mismo que no se separa la sal del alimento que condimenta. “Tu vida interior y tu formación comprenden la piedad y el criterio que ha de tener un hijo de Dios, para sazonarlo todo, con su presencia activa. “Pide al Señor que siempre seas un buen condimento en la vida de los demás”.

La sal es el elemento que da sabor y que conserva y preserva los alimentos de la corrupción. El discípulo está llamado a mantener alejados de la sociedad los peligros, los gérmenes corrosivos que contaminan la vida de las personas. Se trata, en palabras del Papa Francisco, “de resistir a la degradación moral, al pecado, testimoniando los valores de la honestidad y la fraternidad, sin ceder a las tentaciones mundanas del arribismo, el poder y la riqueza”.

Acudimos a la Virgen, le pedimos fortaleza y sencillez para vivir, como los primeros cristianos, en medio del mundo sin ser mundanos, para ser fermento, luz  y sal de Cristo en las circunstancias concretas de nuestra vida. Que sepamos ser sal, que impide la corrupción de las personas y de la sociedad, y luz, que no sólo alumbra sino que calienta, con la vida y con la palabra; que estemos siempre encendidos en el amor, no apagados; que nuestra conducta refleje con claridad el rostro amable de Jesucristo.

Vuestro Director Espiritual: Pedro-José.

Last modified: 28/12/2021

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